En el 63 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
Fernando Bermúdez López
El
10 de diciembre de 1948, después de los horrores de la Segunda Guerra
mundial, la Asamblea de Naciones Unidas emitió la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, lo cual significó un avance para la humanidad
en orden a la construcción de una sociedad libre de discriminaciones,
justa y digna. Este acontecimiento fue un paso trascendental en la toma
de conciencia de la dignidad de la persona humana sin importar etnia,
cultura, lengua, nacionalidad, credo religioso, ideología política,
género o condición social. Estos derechos son la materialización del
deseo de un mundo más justo, equitativo y solidario, constituyéndose en
el criterio fundamental de la ética social.
Jesús
nos enseña en su Evangelio la regla de oro de los derechos humanos:
“Todo cuanto queráis que os hagan las demás personas, hacedlo vosotros
con ellas. Y lo que no queráis que os hagan, no hacerlo con ellas”.
Hoy,
63 años después, lamentamos que los derechos humanos, que comprenden
los Derechos Socioeconómicos, Políticos, Culturales y Ambientales, como
son el derecho a la seguridad alimentaria, salud, vivienda, educación,
trabajo, salario digno, seguridad social, ambiente sano, identidad
cultural…, siguen siendo violados en España y en el mundo.
Las guerras de Afganistán, Irak y norte de África, la
represión en Colombia, Siria, Yemen…, la brutal tiranía de Israel
contra el pueblo palestino y de Marruecos contra el pueblo saharaui, y
sobre todo, la realidad de los mil millones de hambrientos en el mundo,
son algunos de los muchos signos que contradicen la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Los intereses de las grandes potencias y
del Mercado se han impuesto sobre la vida de los pueblos y del derecho
internacional. A lo anterior se suma la
escandalosa agudización de la brecha socioeconómica entre países ricos y
países empobrecidos. Mientras las multinacionales del Norte y
corporaciones financieras se enriquecen con la explotación y expoliación
de los recursos naturales de los países del Sur, aumenta la
pobreza, el hambre y el sufrimiento en este hemisferio, sobre todo en
África, América Latina y gran parte de los países asiáticos. Noam
Chonski señala que 263 familias controlan el 80% de la riqueza del
mundo. La situación de pobreza extrema en los
países del sur está forzando a que grandes contingentes emigren hacia el
norte, arriesgando incluso sus vidas.
La
globalización del capitalismo neoliberal ha desencadenado la mayor
crisis socioeconómica y financiera de la historia, generando desempleo
masivo y aumento de la pobreza tanto en España como en otros países del
norte y del sur. Esta crisis la visualizamos fundamentalmente como una
crisis de humanidad, una crisis ética y espiritual, porque se han
colocado los intereses del mercado por encima de la persona humana y del
bien común, y la razón de la fuerza de las armas sobre
la fuerza de la razón de la vida. Por eso calificamos al capitalismo
neoliberal como la negación sistemática de los derechos humanos y de la
ética. En este sistema no hay futuro para la humanidad ni para el
planeta.
Jesús
de Nazaret, en su Evangelio, desenmascara el sistema económico y
político. Dice: “Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como
señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder” (Mt 20,25).
Hay una minoría que oprime, explota y excluye, y una mayoría oprimida,
explotada y excluida. Así lo vio Jesús en su tiempo. Y todavía hoy es
así. Y sigue diciendo: “Entre vosotros no ha de ser así. El que quiera
ser el primero, hágase el servidor de todos”. Jesús presenta un ideal
ético-utópico.
La
democracia real, fundada en el respeto sagrado a los derechos humanos,
necesita de ese horizonte ético-utópico, que es el ideal ético hacia el
que se debe caminar. Hoy se está formulando un nuevo paradigma: un ideal
ético-utópico nuevo en la sociedad civil. Hay un clamor, cada vez más
generalizado, por controlar, desde el mismo pueblo organizado, el poder
económico y político.
La
conmemoración de la Declaración Universal de los Derechos humanos nos
reta a soñar y luchar por otro mundo posible en donde cada ser humano
sea hermano del otro y en donde sus estructuras socioeconómicas y
políticas aseguren la justicia, la paz y la vida digna de todos los
hombres y mujeres, y se priorice, asimismo, el bien común y el cuidado
del medio ambiente por encima de los intereses privados y de las grandes
potencias. Estos son los sueños de multitud de hombres y mujeres
indignados, sobre todo jóvenes, aquí y en todo el mundo.
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