Indignados, la lucha continúa
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Esther Vivas | Público
El 15M ha mutado en innumerables frentes contra la crisis. Se ha transformado en un mar de mareas de infinitos colores. Quienes ocuparon plazas, actualmente, ocupan viviendas vacías, bancos, universidades, hospitales. Desobedecen, no queda otra. Y la PAH ha crecido gracias a muchos activistas que salieron por vez primera a la calle un 15 de mayo, o volvieron a ella tras largos años de letargo. Y una vez las asambleas de barrio fueron menguando, la PAH se convirtió en un referente de lucha, como también las mareas en sanidad, educación, cultura y cada vez en más ámbitos. Ante la tragedia de los desahucios, soluciones reales. Ante la realidad de los recortes, resistencias concretas.
Pero el 15M, también, ha dado lugar a multitud de iniciativas a pequeña escala: huertos urbanos, redes de intercambio, grupos y cooperativas de consumo ecológico, ateneos populares, que señalan que otro mundo no sólo es imprescindible sino posible. El movimiento de los indignados ha creado espacios de encuentro, de ayuda mutua, redes de resistencia… Y nos ha enseñado a empezar a cambiar el mundo aquí y ahora, no sólo en los discursos, sino, sobre todo, en las prácticas.
Sin embargo, la crisis social y económica se ha profundizado. La ofensiva del capital por acabar con nuestros derechos ha ido a más. La pobreza, el hambre, el paro, los desahucios… son una realidad que afecta cada vez a un mayor número de personas. La crisis se extiende como una mancha de aceite, mientras los mismos de siempre continúan haciendo negocio con el dolor de los otros. Los grandes empresarios y la banca se frotan las manos ávidos de más tijeras y recortes, entretanto los políticos de turno les allanan el camino, y se colman, de paso, los bolsillos. La indignación y la desobediencia no ceden, pero son insuficientes para detener la tromba de ajustes, y sufrimiento. La resistencia a la crisis remontó hace dos años desde muy abajo y tras décadas de derrotas.
Al mismo tiempo, asistimos a una crisis política y de régimen, impensable poco tiempo atrás. El bipartidismo que gobernaba el país se hace, afortunadamente, añicos. Y mientras el PSOE se hunde incapaz de levantar cabeza, el PP sufre la erosión del gobierno y de la crisis. A la monarquía, intocable entre los intocables, se le pierde todo el respeto y el rey se convierte en el hazmerreír de la calle. Y a pesar de la injusticia de la justicia, que en palabras del fiscal general del Estado Eduardo Torres-Dulce, se “congratula” de la suspensión de la imputación de la infanta Cristina por el caso Nóos, el pueblo ya los ha juzgado.
En Catalunya, a golpe de sentencia del Tribunal Constitucional aumentan las aspiraciones soberanistas, y el corsé de la Constitución se vuelve insoportable. El españolismo más rancio insta a la “unidad del reino”, y la caverna a la “una, grande y libre”. Vuelven los ruidos de sables. Y un general en la reserva, Juan Antonio Chicharro, justificaba, a principios de año, una intervención militar en Catalunya ante una posible ruptura con el Estado. En sus palabras, “la patria es más importante que la democracia”. Asimismo, la Asociación de Militares Españoles, a finales del 2012, instaba a declarar “el estado de guerra, el estado de excepción o el estado de sitio” en Catalunya, “en caso de fractura o separatismo”. Visto lo visto, Franco no ha muerto.
Y, mientras, quienes mandan corren a criminalizar y a reprimir a los que luchan, muestra de la desesperación y el miedo de un poder al que se le mueven los cimientos. Frente a la imposibilidad de aplicar los recortes por las buenas, se opta por imponerlos a las malas. Detenciones preventivas, balas de goma, páginas web para delatar a manifestantes, endurecimiento del Código Penal, sanciones administrativas y mucho más. La represión y la violencia de Estado es un síntoma claro del temor de los de arriba. Su mundo se tambalea, pero sus cimientos, muy a nuestro pesar, continúan fuertes.
La necesidad de la política se hace evidente. Y los tiempos de Toni Negri y John Holloway, de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, caen lejos. Hoy se constata, amargamente, cómo el poder nos afecta, la Ley Hipotecaria nos echa de casa y la reforma laboral nos deja sin empleo. Hay que aprender del que “se vayan todos” en Argentina, el 2002, y cómo luego volvieron los mismos de siempre, con la familia Kirchner al completo. O ahora en Islandia, cómo después de una revuelta social y de una nueva constitución ciudadana, la socialdemocracia y los verdes traicionaron las aspiraciones emancipatorias de la gente y volvió la derecha. Si no somos capaces de construir, entre todos, un nuevo instrumento político y social por y para los de abajo, respetando la autonomía del movimiento y sin olvidar la centralidad de la calle, continuaremos siendo “mercancía en manos de políticos y banqueros”. El debate sobre la perspectiva política de cambio está siendo, actualmente, más discutida que nunca en organizaciones, movimientos y activistas sociales. Buena noticia.
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