Traducido para Rebelión por Jesus María y Mariola García Pedrajas
Lejos de ser radicales, los ataques a Francia por su papel en la guerra de 1994 están diseñados para lavar la cara de la intervención de Occidente en un sentido más amplio.
La pasada semana, el gobierno ruandés publicó los hallazgos de su comisión de investigación sobre el papel jugado por Francia en el genocidio ruandés de 1994. El estudio determinó que diplomáticos, lideres militares y políticos franceses – incluyendo el entonces presidente Fracois Miterrand – fueron cómplices del genocidio.
Teniendo en cuenta que el actual liderazgo ruandés ha vilipendiado a Francia desde que intentó hacerse con el poder en Ruanda en octubre de 1990, lo que finalmente consiguió en julio de 1994, no es sorprendente que ahora suba el tono de sus críticas en contra de su sempiterno enemigo. El nuevo hombre fuerte de Ruanda, el presidente Paul Kagame, tiene la suerte de tener el apoyo de Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica, y unos medios de comunicación entregados en estos países, con los que se puede contar para que le den el máximo impacto al papel de Francia en el genocidio.
Pero la verdad es que el principal error de Francia es haberse encontrado en el lado equivocado de la parábola moral que ha sido impuesta por los observadores occidentales sobre la trágica historia reciente de Ruanda. Una guerra que se complicó por la considerable intervención internacional se ha reducido a un cuento moral sobre el bien contra el mal, en el cual Francia ha sido etiquetada como parte de la “parte malvada”. Tal simplificación contribuye a ocultar aún más la verdad sobre lo que pasó en Ruanda en 1994, y lava la cara de la intervención de Occidente en un sentido más amplio.
Según la parábola moral de Ruanda, los buenos fueron el Frente Patriótico Ruandés (RPF), que invadió Ruanda en 1990 porque no tenía otra forma de proteger la minoría perseguida de la etnia Tutsi dentro de Ruanda y de hacer que el gobierno liderado por los Hutus aceptara el derecho de retorno de los Tutsis ruandeses que vivían en el extranjero como refugiados. Los malos eran el gobierno y las fuerzas armadas ruandesas. Cuando la comunidad internacional había ayudado a los ruandeses a alcanzar un acuerdo negociado, los peores elementos entre los malos diseñaron un plan para asegurar la dominación Hutu de forma permanente, planeando, y después llevando a cabo, un genocidio en contra de los ruandeses Tutsis.
Cuando los buenos – el RPF – consiguieron finalmente vencerlos, su misión malvada se había completado en su mayor parte. Cientos de miles de ruandeses de la etnia Tutsi habían muerto. Se había perpetrado un genocidio, y el mundo occidental había simplemente mirado sin hacer nada. Estados Unidos rehusó etiquetar la guerra que había tenido lugar como genocidio para resistir el clamor a favor de la intervención internacional para salvar vidas. Francia fue la única fuerza en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que respondió enviando operativos franceses dentro de la Operación Turquesa. Pero el motivo real de Francia no fue salvar vidas, sino para reforzar a sus antiguos aliados: los malos. Los franceses los ayudaron a escapar de Ruanda de manera que no tuvieran que responder por sus crímenes.
Un análisis moral como este es convincente porque proporciona un camino claro a través de un laberinto de factores complicados. Para los periodistas, este indicador moral del genocidio ruandés lleva a dar cumplida cuenta de la valentía de los héroes y la inmoralidad de los villanos. Para los gobiernos, proporciona el elemento crucial de legitimidad que es el fundamento esencial del derecho de gobernar. El régimen ruandés bajo Paul Kagame depende de esta versión de los hechos para su apoyo y supervivencia. Y lo mismo le ocurre a sus principales avalistas, Estados Unidos y Gran Bretaña.
Las fuerzas que liberaron Ruanda del genocidio, el RPF – cuyos líderes rigen actualmente Ruanda – han explotado esta versión de los hechos para recordarles a los gobiernos occidentales que fallaron a la hora de cumplir el principio de “Nunca Jamás” que fue la fuerza directriz detrás de la Convención sobre Genocidio de las Naciones Unidas en 1948. Mientras ellos combatían a los genocidas en 1994, el mundo occidental se dedicó solo a mirar. Es decir, excepto Francia. Pero como partidaria del antiguo régimen – anterior al del RPF, los motivos de Francia para la intervención fueron altamente cuestionables.
Esta es probablemente la historia más ampliamente difundida de Ruanda, pero esta versión de los hechos es profundamente errónea. Aunque Estados Unidos pueda haberse sentido avergonzada por esta versión de los hechos, dando una imagen no precisamente heroica durante los meses de mayor tormento de Ruanda, es mucho más fácil vivir con esta vergüenza que afrontar los hechos de cómo sí intervino en esta región de África a comienzos de los 90 y desde que Kagame llegó al poder.
De hecho, los tres poderes occidentales más influyentes en ese tiempo en Ruanda – Estados Unidos, Francia y Bélgica – todos intervinieron de tal modo que crearon las condiciones que hicieron la matanza masiva inevitable. En contra de la versión de los hechos que prevalece, después de su despliegue de tropas inicial para defender a los lideres ruandeses contra el RPF en la guerra de octubre en 1990, por medio de la Operation Noroît, Francia reconoció que Estados Unidos y Uganda estaban detrás del RPF y no tuvo ningún deseo de convertirse, de forma aislada, en el único defensor del gobierno ruandés. Por lo tanto condicionó cada vez más su apoyo militar al compromiso del gobierno a acometer serias negociaciones con el RPF. Según un informante del Ministerio Francés para la Cooperación, la decisión de Francia de desentenderse era ya evidente en 1990: “No queríamos quedarnos solos…había grandes poderes detrás del RPF. Uganda podía enviar de 30.000 a 40.000 soldados.” (1)
La última salva del gobierno de Kagame en contra de Francia, en la forma del informe de su comisión señalando a Francia por su apoyo al genocidio, es de hecho parte de una búsqueda cada vez más desesperada de legitimidad política. El punto más débil de la parábola moral ruandesa es la cuestión de qué causó el resurgimiento de la guerra en 1994 y la subsiguiente degeneración en matanza masiva. El inicio de la etapa más sangrienta de la guerra es mucho más complicado de lo que a los contadores de fábulas morales – que culpan a la determinación del malvado gobierno de asegurar la dominación Hutu - les gustaría hacernos creer.
Fue un acto de terrorismo internacional lo que desencadenó el retorno de la guerra. A principios de abril de 1994, un aeroplano con el presidente Hutu Juvénal Habyarimana a bordo, fue abatido por un ataque con un misil que había sido planeado durante varios meses. Los defensores del RPF han intentado con fuerza culpar del ataque a conspiradores Hutu de la línea dura, pero no han aportado nada de consistencia que apoye su afirmación. Al contrario, hay cada vez más pruebas de que el RPF fue el responsable del ataque con misiles – y son estas pruebas las que han puesto al actual gobierno del RPF, liderado por Paul Kagame, en una situación difícil. Es la actitud defensiva del gobierno en este tema lo que está detrás del actual vapuleo de Francia.
El propio investigador de las Naciones Unidas, Michael Hourigan, fue el primero en encontrarse con pruebas convincentes de la responsabilidad del RPF en el asesinato del Presidente Habyarimana y los otros desafortunados ocupantes de su avión. Sin embargo, parece que por presión de Washington, las Naciones Unidas aceptaron cerrar su investigación sobre el ataque. Otro investigador de las Naciones Unidas, Robert Gersony, encontró pruebas de atrocidades cometidas por el RPF y fue también silenciado; las Naciones Unidas incluso afirmaron que este informe “no existió”.
Estas verdades incómodas amenazaban con enturbiar las claras aguas de la certeza moral que la parábola ruandesa proporciona. El régimen ruandés ha vivido detrás del escudo de los poderes internacionales que han trabajado duro para mantener el asunto del avión derribado fuera de la agenda. Durante sus 13 años de andadura, la Corte Internacional Criminal para Ruanda (ICTR), cuyo mandato es establecer la verdad de lo que pasó en 1994, ha sentenciado que el asunto del asesinato del Presidente Habyarimana (al que elige referirse simplemente como “accidente” de aviación) no está dentro de su jurisdicción. Cuando uno de los fiscales jefe del ICTR, Carla Del Ponte, expresó su deseo de desenterrar la investigación de la alegaciones en contra del RPF, afirmando que “si es el RPF el que derribó el avión, la historia del genocidio debe ser re-escrita” (2), fue abruptamente relevada de su cargo y enviada a La Haya.
El sucesor de Del Ponte, el gambiano Hassan Bubacar Jallow, subsecuentemente confirmó que el derribo del aparato “no es un caso que caiga dentro de nuestra jurisdicción” (3). Es irónico que el primer fiscal jefe del ICTR, Richard Goldstone, ha expresado su punto de vista de que el ataque al avión sí cae dentro del mandato de la corte y debería ser investigado. “Está claramente relacionado con el genocidio, bajo cualquier punto de vista fue el detonante que inició el genocidio y hubiera sido muy, muy importante desde el punto de vista de la justicia, desde el punto de vista de las victimas, esclarecerlo. “ (4)
Sin embargo, el ayudante del fiscal del ICTR, Bernard Muna, fue lo suficientemente arrogante acerca del asunto para decirle al consejero legal del ICTR, Kingsley Moghalu, que “después de todo, había un estado de guerra, y Habyarimana podría ser considerado un blanco legítimo” (5). Esta es una afirmación extraordinaria para una figura tan importante. El ataque con misiles fue, entre otras cosas, una violación deliberada del Artículo 1 del Acuerdo de Arusha del 4 de agosto de 1993, que afirma: “La guerra entre el Gobierno de Ruanda y el Frente Patriótico Rwandés ha terminado.”
Boutros Boutros-Ghali, el secretario general de las Naciones Unidas en el momento de la tragedia de Ruanda, enfatiza también el encubrimiento de la investigación sobre el derribo del avión: “Es un escándalo muy misterioso. Se han hecho cuatro informes sobre Ruanda: el Informe del Parlamento Francés, el Informe del Senado Belga, el Informe de Kofi Annan de las Naciones Unidas, y el Informe de la Organización de la Unidad Africana. Los cuatro no dicen absolutamente nada del derribo del avión del presidente ruandés. Esto muestra el poder de los servicios de inteligencia que pueden forzar a la gente a guardar silencio.” (6)
Basándose en las pruebas recibidas por el investigador de las Naciones Unidas Michael Hourigan, el juez francés Jean-Louis Bruguière llevó a cabo su propia investigación en nombre de la familia del piloto francés que murió en el ataque, junto con los presidentes tanto de Ruanda como de Burundi e importantes figuras del gobierno y del ejército. El informe de Bruguière es profundo y detallado. Ha entrevistado a uno de los disidentes del RPF que declararon ante el juez: Aloys Ruyenzi. Antiguo miembro de la guardia de Kagame, Ruyenzi afirma categóricamente que estaba en la habitación cuando Kagame dio la orden de derribar el avión del presidente, y nombra a todos aquellos que estuvieron presentes. La reunión tuvo lugar entre las 14:00 y las 15:00 horas del 31 de marzo de 1994 (7). El gobierno de Kagame reaccionó en su forma acostumbrada ante estas revelaciones sobre el derribo del avión: lanzó una campaña de desprestigio del informante ruandés de Bruguière, y condenó a Bruguière por ser, bueno, francés.
Es más que la simple legitimidad del gobierno ruandés lo que está en juego con esta última versión de la parábola moral sobre Ruanda. El RPF no habría sostenido su guerra sin apoyo diplomático de Washington. Estados Unidos intervino para legitimar la guerra del RPF, incluso cuando las justificaciones para la misma se habían demostrado en ese tiempo que carecían de base. La primera invasión en 1990 fue diseñada, no para forzar a un gobierno ruandés reacio a permitir el retorno de los refugiados, sino para desbaratar las medidas que ya se habían tomado para acomodar a los refugiados que volvían.
Más que llevada a cabo por desertores del ejercito ugandés (los lideres del RPF ocuparon altos puestos de estado en Uganda), la invasión de Ruanda en 1990 fue una maniobra conjunta del RPF y Uganda. El presidente de Uganda Yoweri Museveni tenía un gran interés en tener un aliado en el poder al sur de sus fronteras. Lo que es más importante, quería deshacerse de su “problema” de refugiados ruandeses. El tema de la ocupación de tierras por parte de ruandeses, y sospechas sobre la influencia que los ruandeses en altos puestos oficiales disfrutaban en el gobierno de Uganda, había producida la primera crisis política de Museveni desde que tomo el poder en 1986.
Detrás de Uganda estaba su más cercano aliado y patrocinador, Washington. Hubo intervención de Estados Unidos, en la persona del secretario de estado para asuntos africanos Herman Cohen, el cual eligió no condenar la invasión del RPF ni el apoyo de la misma por parte de Uganda, sino más bien apoyar la recuperación militar del RPF tras su inicial derrota. Cohen coaccionó al presidente Habyarimana no solo para que negociara un alto al fuego con el RPF, sino para que entrara en negociaciones con él de forma que aceptara que el RFP jugara un papel en un nuevo gobierno.
En julio de 1992, Ruanda ya no tenía un régimen de partido único sino un gobierno de coalición y una nueva constitución democrática. La constitución garantizaba libertad de organización política y prohibía discriminación por causa alguna, étnica o de otro tipo.
Por supuesto, hace falta algo más que una constitución para traer la democracia, pero era un inicio prometedor y presentaba otra oportunidad para Estados Unidos de decirle a su aliado ugandés Museveni que retirara su apoyo al RPF o se enfrentara al final del privilegiado estatus de “Nuevo Líder Africano” que le había otorgado. No había nada que impidiera que el RPF hiciera campaña en busca de apoyos dentro de Ruanda junto con los otros partidos de oposición. Nada excepto el hecho de que la mayoría de la población ruandesa aborrecía y temía al RPF. Y a pesar de todo, Washington aceptó alegremente que el RPF intensificara su guerra. En febrero de 1993, el RPF violó el “proceso se paz” de Arusha con su ofensiva más dura hasta la fecha. Es posible que, si no hubiera habido fuerzas francesas alrededor de la capital Kigali, el RPF podría haber tenido éxito en la toma de poder en ese momento. La ofensiva produjo miles de muertos y el desplazamiento de casi un millón de personas, viviendo en condiciones miserables en campamentos provisionales. Esta ofensiva hizo más que ningún otro hecho para generar odio por el RPF y, trágicamente, por la población local Tutsi que se asumió estaba de acuerdo con el, en su inmensa mayoría, Tutsi RPF.
El RPF había violado el proceso de negociaciones con otra ronda de muerte y destrucción. Sin embargo, gracias al esfuerzo coordinado de grupos de defensa de los derechos humanos, el RPF volvió a la mesa de negociaciones si pedir ninguna disculpa por su propia conducta y lleno de indignación moral por el comportamiento malvado del gobierno ruandés. Un informe sobre derechos humanos se hizo público en 1993 en un momento sospechosamente conveniente acusando al gobierno ruandés de importantes violaciones de derechos humanos. Algunos de sus autores incluso lo acusaron de genocidio. El gobierno había sido responsable de atrocidades contra civiles en respuesta ala invasión inicial del RPF, y las había admitido. El gobierno hizo objeciones al sesgo intencionado del informe: los investigadores habían hecho solo un esfuerzo simbólico para investigar las alegaciones de atrocidades cometidas por el RPF, dedicando solo unas pocas horas a entrevistar a la gente, y en presencia de los soldados del RPF.
Gracias en gran medida al impacto de este informe, el RPF pudo tomar una posición de alta moralidad y usar las negociaciones como un vehículo para traducir sus ganancias militares en ganancias políticas. La intransigencia del RPF y su estrategia militar fue facilitada de forma apreciable por la cruzada sobre derechos humanos que se lanzó en contra del gobierno de coalición liderado por Habyarimana.
Pero Francia, también, jugó un papel vital en empujar al gobierno ruandés a alcanzar un acuerdo político con el RPF. Según la escritora francesa Agnes Callamard, no fue solo la presión por parte de Estados Unidos la que se aplicó a Habyarimana para firmar los Acuerdos de Arusha en 1993 – “es dudoso que Habyarimana hubiera firmado los acuerdos de paz, que le daban importantes concesiones al RPF, sin la presión y las garantías del Eliseo a través de los emisarios personales de François Mitterand, y posiblemente de representantes de la Misión Militar de Cooperación, específicamente el general Huchon y el coronel Cussac – el agregado militar francés y jefe de la Misión de Asistencia en Ruanda del ejército francés, y su asistente, el teniente coronel Maurin.” (8)
Tras prácticamente asegurar un golpe de estado en las negociaciones de 1993 – el RPF había ganado el 50 por cierto del mando del previsto ejército unificado y suficientes puestos en el gobierno de transición propuesto para bloquear cualquier cosa que fuera en contra de sus intereses – el RPF había emergido como el partido más fuerte. El principal problema al que se enfrentaba ahora eran las elecciones previstas donde su impopularidad quedaría en evidencia. Las elecciones locales en la zona desmilitarizada que fue creada al principio de la ofensiva de febrero de 1993 apuntaba en esa dirección – el RPF fue derrotado de forma masiva por el antiguo partido dirigente.
Enfrentado con la perspectiva de que el electorado ruandés lo convirtiera en un pequeño partido, y con el claro apoyo de Estados Unidos y Bélgica, parecía que los intereses del RPF solo podrían verse beneficados con una vuelta al campo de batalla. Con la prometida partida de las fuerzas francesas de Kigali en diciembre de 1993, la ruta militar a la capital era clara. Lo que necesitaba el RPF era una justificación para reanudar la guerra.
El asesinato del presidente Habyarimana mediante el derribo de su avión por un ataque con un misil puso en marcha una ronda de asesinatos de figuras políticas de la oposición por elementos de la guardia presidencial de Habyarimana de un lado, y asesinatos de miembros del anterior partido gobernante por parte del RPF del otro. Las masacres de civiles Tutsis por milicias Hutus siguieron pronto en Kigali, y después se extendieron por todo el país. Pero, contrariamente a lo que sostiene la historia convencional, las fuerzas del RPF habían iniciado su marcha mucho antes de que ocurrieran las masacres.
Peter Erlinder, el jefe del consejo de defensa para el ICTR, afirmó categóricamente en una carta al primer ministro canadiense en 2006 que la ofensiva final del RPF fue ordenada por Kagame minutos después de enterarse del éxito del ataque con misil, “mucho antes de que hubiera ocurrido ningún asesinato de civiles en represalia en ningún lugar de Ruanda” (9)
Tres años de miedo creciente, inseguridad y privación material (la mayor parte de Ruanda se encontraba en ese momento en las garras de una hambruna) llegaron a su cenit. Los ministros sobrevivientes del gobierno ruandés nombrado de forma apresurada (pero constitucionalmente) escaparon de la capital. El ejército perdió un enfrentamiento tras otro con el RPF. En estas condiciones anárquicas, la población Tutsi indefensa se llevó la peor parte del odio asesino generado por una guerra polarizada étnicamente.
El RPF ganó la guerra y tomó el poder en julio de 1994. África fue entonces testigo del éxodo masivo más grande de su historia. Aproximadamente dos millones de ruandeses huyeron y se marcharon al antiguo Zaire y a Tanzania. Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica en particular se apresuraron a reconocer el nuevo régimen en Kigali.
Un número incluso mayor moriría posteriormente. La invasión por parte del régimen ruandés de varios campos de refugiados y la repatriación forzosa de los mismos, la masacre de gente desplazada internamente en Kibeho en abril de 1995, y dos invasiones de lo que se convertiría en la República Democrática del Congo por el gobernante RPF – todo esto ha elevado la cifra de muertos civiles al nivel más alto para conflicto alguno desde la Segunda Guerra Mundial. El número de ministros que abandonan el nuevo gobierno y después mueren en extrañas circunstancias sigue en aumento. La rendición de cuentas por parte del régimen ruandés por estas violaciones es suspendida por sus patrocinadores en Washington, Londres y Bruselas. Cualquiera que sea la alegación sobre estos asuntos, autoridades de estas capitales responderán que esta fue la fuerza que liberó a Ruanda del genocidio, y un apoyo continuado de occidente es necesario para asegurar que los genocidaires nunca vuelvan al poder.
Pero los hechos son tercos. Las acusaciones de Bruguière no desaparecerán. El asunto del asesinato de dos jefes de estado es el tendón de Aquiles del gobierno ruandés. Si se prueba la responsabilidad del RPF en el derribo del avión como un movimiento planeado para hacer estallar de nuevo la guerra en Ruanda, ¿qué se puede decir de la protección diplomática dada al RPF por parte de Estados Unidos y otros poderes occidentales? ¿Cómo puede el líder de la “guerra contra el terror” – Estados Unidos – explicar su negación de los hechos sobre el asesinato de dos jefes de estado? ¿Qué podemos hacer con el mandato del Tribunal Criminal Internacional para Ruanda para promover la reconciliación mediante el establecimiento de la verdad y la eliminación de la cultura de la impunidad?
En la revista The Times Linda Melvern escribió sobre “una gran habitación en la embajada francesa en Kigali llena hasta el techo con documentos destruidos. Esta fue probablemente la pista de papel que podría haber revelado la profundidad de la implicación entre el Palacio del Elíseo y la facción Hutu responsable de la masacre de cientos de miles de Tutsis y opositores Hutus” (10). Aferrarse a la parábola moral de Ruanda y sancionar la invectiva de Kigali en contra de Francia puede funcionar por el momento. Pero los hechos – sobre el inicio de la guerra, las acciones del RPF, y el papel de la intervención occidental en un sentido más amplio en empujar a Ruanda al borde del precipicio – son tercos….
Barrie Collins es escritor sobre asuntos africanos y autor de Obedience in Rwanda: A Critical Question, publicado por Sheffield Hallam University Press en 1998.
Jesus Maria y Mariola Garcia Pedrajas son colaboradores de Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a los traductores y la fuente.
(1) ‘French Policy in Rwanda’, incluido en The Path of a Genocide: The Rwanda Crisis from Uganda to Zaïre, H Adelman y A Suhurke, Nordiska Afrikainstitutet, 1999, p. 178, nota 19
(2) Entrevista con Carla Del Ponte, Aktuelt, 17 de Abril 2000. Citado en Le drama rwandais : Les aveaux accablants des chefs de la Mission des Nations Unies pour l’Assistance au Rwanda, E Karemera, Ediciones Sources du Nil, 2006
(3) Bush and Other War Criminals Meet in Rwanda: The Great “Rwanda Genocide” Coverup, P Erlinder, Global Research, 20 de Febrero de 2008
(4) April 6th 1994 Attack Fits ICTR Mandate – Goldstone, Agencia de Noticias Hirondelle, accedido el 12 Deciembre de 2006
(5) Rwanda’s Genocide: The Politics of International Justice, K Moghalu, Palgrave Macmillan, 2005 p.52
(6) Second Thoughts on the Hotel Rwanda, Philpot, R, Race and History, 26 de Febrero de 2005
(7) ‘Major General Paul Kagame behind the shooting down of late Habyarimana’s plane: an eye witness testimony, comunicado de prensa de Aloys Ruyenzi, 18 de Enero de 2005 (Ruyenzi ratificó su afirmación a este autor en una entrevista en Paris)
(8) ‘French Policy in Rwanda’, incluido en The Path of a Genocide: The Rwanda Crisis from Uganda to Zaïre, H Adelman y A Suhurke, Nordiska Afrikainstitutet, 1999, p.163
(9) Open letter to Prime Minister Harper: Regarding state visit of current President of Rwanda, P Erlinder, 6 de Abril de 2006 (Copia suministrada a este autor por Erlinder. Énfasis en el original)
(10) The murky truth about France and genocide, L Melvern, The Times, 8 de Agosto de 2008
Enlace a artículo original en inglés:
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