Txente Rekondo
Las playas de fina arena, un océano de aguas transparentes y azules, inmensas reservas de animales salvajes, una inmensa sabana, convierten a Kenya en el perfecto destino de buena parte del turismo de lujo. Sin embargo, detrás de esta paradisíaca postal encontramos un alto grado de corrupción, rivalidades políticas aderezadas con diferencias étnicas, y donde la pobreza, las desigualdades y el desempleo son algo endógeno.
Hace unas semanas, las elecciones en el país se presentaban como algo normal, sin embargo tras las mismas la situación se ha complicado y deteriorado haciéndose más presente que nunca el complejo puzzle que conforma la realidad de este estado africano.
La mayoría de los candidatos han debatido y defendido sus posiciones en un abanico de temas: economía, infraestructuras, corrupción, majimbo/ugatuzi (federalismo o devolución), educación, sistema sanitario y la constitución. Sin embargo nada más cerrarse las urnas, los dos candidatos mejos situados, el presidente saliente, Mwai Kibaki y el líder opositor Raila Odinga han agitado los fantasmas étnicos para defender cada uno su triunfo en las elecciones. Al mismo tiempo los seguidores de uno y otro se han lanzado a la calle en defensa de los argumentos de sus respectivos dirigentes.
Y desde Occidente no se ha perdido el tiempo en acusar directamente de todos los males que asolan estos días a Kenya a las demandas étnicas. Cayendo una vez más en el discurso interesado y simplista, muchos analistas nos presentan la actual crisis como un enfrentamiento entre los miembros de la etnia Luo (como Odinga) y los Kikuyu (a la que pertenece Kibaki). Sin embargo, la violencia va más allá de un enfrentamiento entre dos étnias. A lo largo de la historia se han sucedido los conflictos étnicos. Por un lado se ha enfrentado los “guerreros” Kalenjin con los Kikuyu. Posteriormente los Kikuyu, junto a los Luo y Luhya pelearon contra los Masai y los Kalenjin. Aquí podemos encontrar una de las raíces de los conflictos actuales, el enfrentamiento de dos tipos de vida muy ligados a la propiedad y el control de la tierra. Mientras que los Kikuyu, Luo y Luhya eran agricultores, los segundos eran principalmente pastores.
Y en este contexto la aparición del colonialismo supuso una acentuación de las diferencias étnicas. Siguiendo el manual colonial, los británicos realizaron divisiones territoriales arbitrarias, despreciando los espacios étnico-geográficos tradicionales, todo ello muy en la línea del famoso “divide y gobierna”. Un ejemplo de esta política colonial lo encontramos en el Valle del Rift, donde hasta la llegada de las fuerzas coloniales el pastoreo era la forma de vida de la región (masai y kalenjin). Tras los colonialistas, éstos impusieron el desplazamiento de los habitantes locales, sustituyéndolos por miembros de otras étnias, más habituados a la agricultura y más preparados para desarrollar la economía agraria y el sistema de cultivos impuestos desde la metrópolis.
Tras la etapa colonial nos encontramos con la llamada fase neo- colonial, donde las nuevas elites políticas se dedicaran a utilizar los resortes del colonialismo para lograr afianzarse en el nuevo poder. En estos años asistiremos también a cambios en las alianzas inter-étnicas. Así del pacto entre Kikuyus y Luos pasaremos a la alianza de los primeros con otras étnias minoritarias, especialmente los Kalenjin. Y también será en esta nueva fase donde encontramos otra clave para entender mejor el conflicto. La utilización política por parte de las élites de la división étnica.
El favoritismo político ha sido una tónica general con los tres presidentes, que conscientes de la imposibilidad de gobernar con el apoyo de una sola etnia, lograban acuerdos con otras, aunque mantenían los privilegios para los de la suya. Esto ha ocurrido con Kenyatta (kikuyu), con su sucesor, Moi (kalenjin) y con el actual presidente Kibaki (kikuyu), y si finalmente, Odinga (luo) es el vencedor, ocurrirá lo mismo.
La situación de Kenya, considerado como “un oasis de estabilidad en una región muy volátil”, puede llegar a su fin. Geopolíticamente, desde Washington siempre han apoyado al régimen del país, conscientes del papel tapón que Kenya juega en la región, además del apoyo a la “guerra contra el terror” que Nairobi brinda a Estados Unidos. Sin embargo, el gran número de refugiados de otros estados, los movimientos migratorios internos, la presencia de grupos armados vecinos y las propias divisiones entre estados impulsadas por los colonialistas, pueden agravar aún más la situación.
La situación de los masai en Tanzania o de los luo en Uganda puede acabar por afectar a la situación interna de esos dos países y acabar presentando un efecto dominó en toda la zona.
La importancia geoestratégica de Kenya para EEUU ha quedado patente esta misma semana, cuando las tres televisiones más importantes de Norteamérica dedicaron gran parte de su programación informativa a los disturbios en Kenya, compitiendo con la muerte de Bhutto en Pakistán. Algo inédito en aquél país si tenemos en cuenta que por lo general las noticias internacionales apenas ocupan tres minutos de los informativos.
Algunos analistas apuntan al peligro que corre Kenya de acabar siguiendo los pasos de Costa de Marfil. Y mientras tanto, algunas lecturas interesadas sobre los procesos electorales en África nos presentan éstos como situaciones llenas de manipulaciones, como si eso no se diese en las democracias occidentales, donde los gobiernos no dudan en adelantar las elecciones oportunamente o reformar los distritos electorales en beneficio propio, e incluso utilizar la economía del país como inversiones propias.
Mientras las élites de Kenya no dudan en movilizar a sus seguidores bajo la bandera étnica para lograr beneficios políticos, buena parte de la población se muestra cansada y apática ante lo que percibe como “más de lo mismo” y donde los verdaderos perdedores son las masas más pobres del país. Si observamos con detalle la situación del país africano podemos afirmar que “ni todos los kikuyu son los dominantes ni todos los luo los desposeídos. Los diferentes procesos colonial y neocolonial han acentuado las diferencias de clase entra las comunidades de cada étnia”. Por ello es más que probable que las élites de diferentes étnias tengan más en común entre ellas que lo que tienen con los demás miembros de sus étnias, y esto es algo que se pretende ignorar en Kenya.
El final de las políticas emanadas del colonialismo, tengan el rostro de neocolonialismo o neoliberalismo, es clave para acabar con las desigualdades endémicas de Kenya y de buena parte de África, como lo es también el abordar de una vez por todas la justa redistribución de las tierras del continente. Mientras no se afronte esto, los “pangas” (machetes) se alzarán ensangrentados, y entremezclados además con otras armas más mortíferas y modernas.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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